La
iglesia católica, milenaria institución siempre afanada en recordarnos las bondades de su divina misión en el mundo, salvarnos de nosotros mismos, anda
lanzada a una implacable cruzada de reconquista para incrustar en las leyes
(que por lo visto son más accesibles que las conciencias ciudadanas), su recto
orden moral.
Hubo
un tiempo en el que las conspiraciones encabezadas por la iglesia se urdían con
la delicadeza de un iceberg surcando los mares a la deriva: un bloque gélido y
formidable que oculta la mayor parte de su volumen, silencioso y capaz de
destrozar a su víctima si esta se despistaba y tardaba demasiado en reaccionar.
Históricamente se encuentran numerosas ocasiones en las que han naufragado
aquellos que han intentado de una manera u otra socavar la teológica autoridad
o el mundano poder del clero: Galileo, los cátaros o todos aquellos que fueron alumbrados por la
luz de las hogueras de la Inquisición gozaron, con mayor o menor éxtasis, de la
firme mano de los subalternos del Papa de Roma.
En
la actualidad las sutilezas han dejado paso a las vivas exigencias tronadas a
los micrófonos que exigen que se avance en la aplicación de las doctrinas
católicas en todos los ámbitos abarcables, sin permitir que se cuestione ningún
privilegio existente. Empezando por la casilla para la Iglesia católica en la
declaración de la renta. Ahí están también los diferentes arzobispados
manteniendo la pugna por evitar pagar el IBI a los ayuntamientos, como si sus
posesiones no fueran de este mundo. O al gobierno central con una reforma
educativa que mantendrá la asignatura de religión agarrada al currículum
escolar y las subvenciones a los centros escolares que separen a los niños en
función del sexo, política que cuenta con el aplauso entusiasta de la
Generalitat.
Desde
la conferencia episcopal se apunta a los objetivos de esta nueva guerra santa: extender
los dominios de la moral del rosario a los cuerpos de las mujeres para
arrebatarles ese pecaminoso derecho a decidir sobre su cuerpo, partiendo para
todo análisis de la situación de la ciencia teológica, aquella que emana de un
libro escrito hace miles de años, cuando la alquimia era una incipiente
filosofía revolucionaria, descartando todos aquellos avances en el conocimiento
del universo que hubieran podido desarrollarse a posteriori, pues cuestionar la
autoridad de lo antiguo sería un vanidoso desacato a la tradición.
¿Dónde
se encuentra el límite? Constitucional o no, también se insiste contra viento y
marea en derogar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Declarar nulos
algunos matrimonios ya fue una conquista de la curia católica en el siglo
pasado: después de lograrse la aprobación del divorcio durante la II República
y de que miles de personas ejercitaran su derecho a separarse y rehacer su vida
o casarse de nuevo como les diera la gana, los obispos lograron durante la
dictadura la derogación de la ley del divorcio para imponer la voluntad de las
sotanas, obligándose a todos los divorciados a volver a sus anteriores
matrimonios, algunos de los cuales llevaban años completamente finiquitados,
bajo pena de cárcel por abandono de quien se resistiera. Así se impuso la doctrina
cristiana de nuevo, por medio de la ley.
Es
por ello que la vindicación de un estado laico desgraciadamente ha de
mantenerse vigente hoy en día, debido a que aún no se ha logrado: la influencia
de las esferas religiosas sigue siendo muy fuerte y su presión se hace notar en
todas las capas de la sociedad y del estado, combatiendo por llevar su moral no
a los creyentes sino a toda la sociedad, comulgue o no con sus dogmas. Es por
ello que hay que seguir luchando por la separación del estado y la iglesia.
Luis
Iglesias
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